lunes, 30 de enero de 2012

Ser enfermera

Empieza el nuevo cuatrimestre y se presenta verdaderamente interesante.
Hay una clase de, entre otras cosas, antropología. Y resulta que esa antropología versará sobre la violencia de género. No será la primera vez que le doy vueltas al tema. ¿Pero qué relación exacta tienen los profesionales de la salud con ello?

Es un tema que siempre me ha interesado. A mi alrededor se han dado pequeños o grandes casos sobre esto. Y me parece que a día de hoy, aparte de cifras, desconocemos mucho sobre el tema. ¿Qué lleva a una mujer a soportarlo? ¿Cómo es que muchas no son capaces de rebelarse? ¿Pueden las mujeres con estudios altos sufrirlo? ¿O son exclusivos de mujeres con un perfil marginal? Creo que hay muchos mitos y que es un problema del que solo asoma la punta del iceberg. Como mujer, creo que estamos más expuestas a muchos tipos de agresiones (sexuales, de género o lo que sea) de lo que creemos.

Por lo que nos han comentado, es el segundo año que el tema se incluye como parte del programa de educación de enfermería, porque se han dado cuenta de que hay un agujero bastante grande al respecto. No se sabe cómo reaccionar. Creo que se puede sacar mucho de todo esto, y es ciertamente interesante.

Por otra parte, otro pequeño apunte resaltable. Tengo como profesores médicos, bioquímicos... y casi todos ellos hacen continua referencia a que como profesionales tenemos que trabajar y ¿explotar? la empatía. Es curioso, porque por muy importante que sea, hay algo que falta en todos esos discursos: ninguno de los profesores ha hablado en profundidad de uno de los mayores peligros que entraña todo esto. Y es que alguien dedicado a esto, tiene que ser capaz de tomar distancia de los casos. No puedes llevártelo a casa y dejarte arrastrarte por ello, porque te va a hundir emocionalmente.



lunes, 23 de enero de 2012

Suicidio pasivo


Toqué el tema en un artículo anterior, "Dejar de ser". A veces, a los problemas de la senectud (o lo que es lo mismo, vejez) llevan incorporados problemas extraordinarios. Aunque algunos, por los porcentajes que se conocen, son más bien ordinarios. Pero no por ello menos graves.


El suicidio de la tercera edad es un tema sobre el que se pasa de puntillas. Es algo que existe, pero es un gran tabú. Muchas veces se enmascara con disfraces de accidentes o causas naturales. Porque, ¿para qué remover mierda que no va a llevar a ninguna parte? No beneficia a nadie que todo el mundo lo sepa, quizá su única relevancia real sea tenerlo en cuenta a la hora de la prevención. Pero una persona que se suicida es una persona que no quiere seguir viviendo. ¿Cómo se soluciona eso?

En el caso de los viejecillos no siempre se trata de alguien que hace algo para suicidarse. A veces, asumen la postura de lo que conoce como suicidio pasivo. Dejarse morir. La vida ya no les llama la atención, no hay nada por lo que sientan curiosidad y hay muy pocas cosas que les aten a la vida. Y eso suele ocurrir por ejemplo, cuando muere la que ha sido su pareja toda la vida, que ya no queda nada que les ate a la tierra. Por muchos hijos o nietos que tengan. Sienten que su tiempo ha pasado y que no son necesarios y si ese hilo de pareja se corta, ya no queda nada que hacer. De todas formas, no es la única forma. Dejan de comer, dejan de dormir, dejan de vivir en definitiva. Apatía y desilusión.

Es probable que a ese anciano le detecten alguna además alguna enfermedad orgánica. Pero lo mismo da, no va a querer curarse y es posible que ni su cuerpo ni su mente puedan ser capaces de hacer frente al tratamiento. Es duro, pero a veces, llega un punto en el que tenemos que dejarles irse. Es inútil tratar de buscar la cura, porque ¿cómo les devuelves las ganas de vivir?

Eso nos pone delante de uno de nuestros miedos más ancestrales. Nos hace mirar a la cara a la Muerte (hombre, mujer, espíritu o el ente que sea de la mitología que sea).

viernes, 20 de enero de 2012

Querido Freud


Querido "amigo" Freud:

Contigo no puedo ser objetiva.
Tengo que reconocer que ya te tenía tirria desde hace tiempo. Y cada vez te aguanto menos. Te he vuelto a estudiar, o al menos algunas de las cosas que dices y me empiezas a hartar un poco. No todo tiene que ver con el sexo, con el erotismo o con desear tirarte a tu padre. Me horrorizas cuando hablas de que absolutamente todo tiene que ver con ello (hablas de que siempre resulta erótico una madre dando el pecho, y que yo sepa tiene que ver más con la subsistencia de la especie, porque las crías tienen que alimentarse; y aunque haberlos haylos quien vea todo eso como algo sexual, pues...). No todos los problemas de fondo tienen que ver con un trauma sexual. Si por ejemplo, alguien tiene fobia a las arañas, o a los gusanos o a lo que sea; dudo sinceramente que sea porque de pequeño soñaba sexualmente con su padre y no lo ha superado. Resulta que contigo, volvemos al jijijiji del caca-culo-pedo-pis, me recuerdas a un adolescente hiperhormonado. ¿No somos mayorcitos como para saber distinguir lo morboso?

Contigo me ocurre que no me creo ni la mitad de lo que leo. Que algunas de las cosas me suenan a paparruchas y que la palabra pseudociencia acude con regularidad a mi mente, vergüenza me da ponerle la etiquete de ciencia a esta entrada. Y no, no es porque sea necrófila y quiera tema contigo. Te reconozco algunos avances y bueno, alguien tenía que ponerles nombre a las cosas. Pero lo que sobre todo te puedo reconocer es que has dado pie a otros hitos posteriores.

Eros y Tánatos, dos fuerzas enfrentadas. Que funcionan genial como ejer argumentales a la hora de construir una historia. Pero porque cuando queremos construir una historia, queremos que le interese a alguien, llamar su atención de alguna manera. Pero ocurre que no creo ni por asomo que sean las dos únicas razones de la existencia y del motor del ser humano. Sí, son motores importantes, pero no los únicos.

Cuando comentaba mi hastío hacia ti me preguntaron, ¿pero cuántos adictos a los opiáceos te caen bien?. No sé si está bien formulada la pregunta. ¿A cuántos adictos a la coca estudio? Aparentemente más de los que pensaba. ¿Y a cuántos adictos a la coca obsesionados con el sexo tengo que estudiar? Creo que ya no tantos, o eso espero. ¿Y a cuántos adictos a la coca que tratan la histeria femenina tengo que estudiar? Ya sé que tú lo sabes, pero eso de que las mujeres se ponen histéricas porque tienen demasiada energía acumulada y que por tanto lo que hay que hacer es masturbarlas pues en fin... Creo que ya lo he dicho un par de veces, pero no me creo ni por asomo que el sexo sea la única causa de estrés y compañía.

Mira Freud, el sexo es bueno. Es una verdad innegable, pero no nos pasamos todo el día pensando en ello. Sabemos que existen más cosas. Y también tengo que decirte otra cosa: señor mío, las mujeres no somos solo objetos. Nos has tratado como si fuéramos meros objetos de placer-displacer (Edipo y sus traumas extrapolados a todos los señores del mundo, y a alguna señora también). No somos floreros. No somos el mal de la humanidad. Somos muchas cosas y más complejas (igual que los caballeros) que un simple trozo de carne sufriente por y para el sexo.

Espero que no te moleste. Atentamente,
Ainize




martes, 17 de enero de 2012

Tu favorita

Benditas conversaciones ajenas de autobús, ya que ellas nos proveerán de temas.
Este post viene a raíz de una pregunta formulada: ¿Cuál es tu película preferida?
Y me doy cuenta de que yo no tengo una película preferida, me gustan y adoro muchas y podría nombrarlas. No tengo un grupo de música preferido, aunque me guste alguno. No tengo un color preferido, siempre he dicho que me quedo con la paleta completa que son necesarios todos. No tengo una canción preferida, aunque me gusten unas cuantas. No tengo una serie preferida, no podría dejarme algunas en el tintero. No tengo un libro preferido, aunque hay un par que debería ponerlos en una vitrina. Y así unas cuantas más.

¿Seré indecisa? Lo soy. Puede que por justificarme después o puede que simplemente lo crea, pero detrás de todo estoy hay un porqué.
Elegir uno solo supone descartar el resto. Restar valor a otras cosas que merecen tenerla, infravalorarlas. ¿Tiene que sobresalir una cosa sobre el resto? ¿No es quizá de poco comprometidos con la causa poder decidir solo una sobre todo el resto? ¿No es una generalización? Yo puedo decir me gusta tal, ¿pero tengo capacidad para decir que me gusta esto por encima de todas las otras? Bueno, capacidad sí, pero ¿no tendrá que ver con las circunstancias? Puede gustarte una película (sigamos con el ejemplo) mucho, mucho, y especialmente. ¿Pero no tendrá que ver con quién la visto, por cómo la viste, porque ese día estabas especialmente receptivo o porque te alegró un día especialmente tristón? Lo que supondría que la siguiente vez que la ves, no te va a gustar tanto. Por eso, me temo que pienso tu lo que sea favorito cambia, porque solo es tu favorita sujeta a ciertas circunstancias.

Desdíganme con este juego:
1. ¿Cuál es tu película favorita?
2. ¿Cuál es tu serie favorita?
3. ¿Cuál es tu color favorito?
4. ¿Cuál es tu libro favorito?
5. ¿Cuál es tu autor favorito?
6. ¿Cuál es tu canción favorita?
7. ¿Cuáles son tu actriz y actor favoritos?



Y yo que seguía en las mismas condiciones de estrés-ansiedad, pero el escribir es lo que tiene, que también es terapéutico.

lunes, 16 de enero de 2012

Sobre el contacto físico


Sigo de exámanes y sigo inestable, pero estaba dándole vueltas a algo. Pensando, pensando y dando vueltas.
Cuando estamos mal anímicamente hay poco que nos reconforta. Por mucho que negemos creer en las películas americanas y su alto valor calórico acudimos a ello. Y tiene su razón orgánica y bioquímica de ser. Pero no es el helado, no es el chocolate, no es el dulce. No es la glucosa, a fin de cuentas. Ayuda, pero lo que realmente buscamos es presencia humana. Otro(s) ser(es) humano(s). Sus consejos, su presencia, y sobre todo su contacto físico.
Tiene muchas variantes, desde que te sujeten la mano a que te anden en el pelo o en la espalda. Aunque el formato de igual, se puede decir que el más universal es el abrazo. ¿Tiene el abrazo propiedades curativas?

Quizá de un tema tan ordinario (que en cambio se vuelve crucial en algunos momentos) pueda sacarse algo más. Porque evidentemente las mágicas propiedades que algunos sostienen que tiene el contacto humano son algo a tener en cuenta en un ámbito sanitario. Aunque puede ser también lugar de buenas noticias, normalmente una consulta (o peor, un quirófano o... ) suele ser agorero, como pájaro de mal agüero. Normal, es ahí donde muchas veces podemos enterarnos de que tenemos tal o cual mal.
Claro que un mundo idílico y utópico ese contacto humano está contemplado, pero hoy existe también una máxima paralela: el tiempo es dinero. Y dedicar tiempo a cuidar el contacto humano con un paciente cuesta dinero. Por mucho que digan que un abrazo es gratis, no es cierto. Segurísimo que hay estudios que demuestran o lo intentan que un paciente ante contacto humano se cura antes o responde mejor a la medicación o lo que sea, pero no me apetece buscarlos.

A título personal, tengo cierta alergia al contacto físico desmesurado, al gratuito y al que abusa del espacio personal de cada uno. Y de aquellos que provienen de alguien con quien no tengo excesiva confianza. Incluso debo admitir, que muchas veces, aunque lo necesite, voy a ser incapaz de pedirlo. Pero después, para contradecirme, uso este espacio para reivindicar las cualidades terapeúticas que pueden tener los abrazos y los achuchones. Son, incluso vehículo de expresión en muchas ocasiones. Y un tema a analizar más a fondo en el mundo sanitario.

Abrazo de oso

miércoles, 11 de enero de 2012

martes, 10 de enero de 2012

Sobre la inmortalidad


No la quiero. No quiero la inmortalidad. No quiero vivir para siempre. No de forma literal.
La vida trata de ir perdiendo cosas: oportunidades, personas, ovejas, cosas, momentos... Al final es un cúmulo que no puedes recuperar. Aún así es algo que hay que vivir, que no lo cambiaría por nada.Y aún así hay algo que no podemos negar. Si has perdido algo, es porque lo has tenido. Así que sin duda, ha merecido la pena, ¿o no? Pero no quiero eso para siempre.
Porque las palabras para siempre, tampoco me las creo. Ya hablé en su momento de mi relación con las palabras, mi poca inclinación a relativizarlas.

Y sin embargo, sí he querido una clase de inmortalidad. Cuando era pequeña lo que quería era que tuvieran que estudiarme. Hoy se ha convertido en un ser relevante en mi campo. Aunque parece que ahora tengo más de uno. Imagino que se trata de trascender.

Así que inmortalidad no, trascendencia sí.