jueves, 3 de noviembre de 2011

Atrapados por la semántica


Mi relación con las palabras es, quizá, diferente a la de otras personas. Tiene que serlo, a la fuerza. Ni mejor, ni peor. Solo diferente, porque soy una persona. Y yo trabajaba con ellas. Para mi una cosa seguirá siendo esa cosa se le de el nombre que se le de.
¿Qué es Romeo? Romeo no es ni mano, ni brazo, ni pie, ni parte alguna que pertenezca a un hombre.

Pues eso. Más que palabras son conceptos. Pero entiendo la necesidad de tener que llamar a las cosas por un nombre; aunque nos equivoquemos al decir que llamamos a las cosas por su nombre. Es un debate largo, pero como ejemplo bastan las 50 palabras que usan los esquimales, para el hielo. Todo esto estaba mucho más relacionado con mi anterior mundo, en el que muchas veces era objeto de estudio; y con algunas de mis actuales conversaciones.

Pero resulta que esta historia ha tenido una pequeña aparición en este mundo nuevo. En una presentación, en clase, unas compañeras estaban hablando sobre el Consejo Internacional de Enfermería. En la exposición hablaban de la página de dicho Consejo, donde hablaban sobre el trabajo de las enfermeras. Siempre en femenino. Siempre enfermeras.
Yo miraba alrededor, las compañeras ponentes miraban alrededor, y rápidamente saltaba la postilla. Y los enfermeros.

Al acabar ellas su exposición, toma la palabra la profesora, que aunque no es enfermera, parece sensibilizada con el tema. No señores, es enfermera. Es el genérico. No hablamos de médicas o de farmaceúticas, por mucho que la Aído se empeñase. Así que resulta que el término correcto tiene que ser enfermera, incluso si hay chicos. Que ha sido una profesión esencialmente femenina (otro debate futuro) y que así se ha creado el genérico.

¿Es eso así? ¿Es realmente el genérico? ¿O es una costumbre? ¿O se está el señor Pérez Reverte revolviendo en su tumba, aunque aún no haya entrado en ella?


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